martes, 5 de mayo de 2009

LA CULTURA DE LO INSTANTÁNEO


Cuando placer y la realidad confluyen

A fines de los 80, Zygmut Bauman fijó el término “modernidad líquida” para referirse a la fluidez como una metáfora de la desregularización, fugacidad y liberalización de los mercados. Por extensión, para referirse también a la precariedad de los vínculos humanos, a la volatilidad y transitoriedad de las relaciones en la etapa actual de la era moderna. Liquidez, pues, se refiere tanto al carácter “comercial” como al transitorio que priman en las relaciones humanas de la postmodernidad.
Adolfo Vásquez Rocca expone esta doble vertiente:
“La caracterización de la modernidad como un «tiempo líquido» —la expresión, acuñada por Zygmunt Bauman —da cuenta del tránsito de una modernidad «sólida» —estable, repetitiva— a una «líquida» —flexible, voluble— en la que los modelos y estructuras sociales ya no perduran lo suficiente como para enraizarse y gobernar las costumbres de los ciudadanos y en el que, sin darnos cuenta, hemos ido sufriendo transformaciones y pérdidas como el de «la duración del mundo»; vivimos bajo el imperio de la caducidad y la seducción en el que el verdadero «Estado» es el dinero. Donde se renuncia a la memoria como condición de un tiempo post histórico. La modernidad líquida esta dominada por una inestabilidad asociada a la desaparición de los referentes a los que anclar nuestras certezas.”[1]
Mucho antes, en 1923, Sigmund Freud ya había reformulado su teoría sobre la constitución del aparato psíquico, dividiéndolo en tres instancias: el ello, el yo y el superyó.[2] En esta redefinición, el ello pone su mejor empeño en la consumación de todas las pulsiones, instintos y deseos, a fin de reducir la tensión que provocan en el aparato psíquico. En el ello impera el principio del placer, que tiende a la satisfacción inmediata. Digamos que se trata de una instancia típicamente hedonista. Su necesaria contrapartida, el principio de realidad, que busca esa distensión por caminos distintos a la satisfacción inmediata, es ubicado en el yo, que se transforma entonces en una especie de mediador entre las exigencias internas y la realidad exterior, reservándole al superyó el papel de juez o censor del yo.
El principio del placer es el que domina en el comienzo de la vida y en los primeros tiempos: cuando un niño quiere algo es incapaz o bien de admitir la imposibilidad de satisfacer su deseo, o bien de interponer un compás de espera entre ese deseo y su satisfacción; en general, suele dar rienda suelta a su fracaso con gritos y pataleos. Lo mismo acostumbran a hacer los neuróticos.
Sospecho que hay un nexo entre la modernidad líquida de Bauman y el principio del placer de Freud. Es el nexo de lo instantáneo. Se trata del aquí y ahora que gobierna tanto el pataleo del niño que quiere el helado como la liquidez del postmodernismo que seduce con el placer de lo inmediato. “De alguna manera, nos prolonga la omnipotencia infantil”, afirma el psiquiatra y psicoanalista Pedro Morales Paiva[3]. Es la cultura de la neurosis, el pensamiento mágico, la lámpara de Aladino, el Deus ex Machina (apó mekhanés theós) del teatro griego y romano. En la postmodernidad parecen confluir el principio del placer y el principio de realidad, el deseo y su satisfacción inmediata. En la postmodernidad, en donde los rigores se han relajado hasta el punto de su licuefacción, el contacto con el vínculo está apenas a un click de distancia, y no es necesario mostrarme tal como soy, sino tal como deseo que los demás me vean.
Es precisamente este carácter instatáneo e impalpable lo que torna a los vínculos postmodernos volátiles y precarios, sin certezas. La liquidez es un corolario necesario de lo inmediato.
Vásquez Rocca[4] nota que la modernidad líquida es un tiempo sin convicciones, sin previsión para el futuro, donde el amor se hace flotante, sin responsabilidad hacia el otro, y le adjudica a la web su expresión más cabal. Y es, quizá, porque, además de traficar con información, la web trafica con deseos.
Deseos, deseos neuróticos, gritos y pataleos, baile de máscaras, olvido y desarraigo, reflejos, fantasía, fragilidad. ¿Alguien, acaso, podría asegurarnos que no ha de ser ésa la herencia que nos legarán estos tiempos?

Néstor Granda

[1] Vásquez Rocca, Adolfo: Zygmut Bauman: Modernidad líquida y fragilidad humana, en revista Nómadas, 2008.
[2] Freud, Sigmund: El yo y el ello (1923) en: Obras Completas Vol 15, Amorrortu.
[3] Morales Paiva, Pedro: A propósito del principio de realidad, en: http://pedromoralespaiva.blogspot.com/
[4] Op.cit.

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