lunes, 1 de junio de 2009

OTRAS REFLEXIONES PARA EL CIERRE

Comenzamos este trabajo de investigación con una pregunta que era toda una declaración de principios: ¿De qué modo los vínculos mediados por Facebook modifican los vínculos sociales tradicionales de los usuarios de esa red social?, asumiendo, claro está, que los vínculos mediados por Facebook modificaban, de alguna forma, los vínculos sociales tradicionales de los usuarios de esa red.

Ciertamente, no ignoramos que si bien la introducción de cualquier nueva tecnología es capaz de modificar, de un modo u otro, los usos y costumbres de la gente, esa misma gente difícilmente es consciente de esos cambios. Nuestra cara en el espejo no es la misma que la de hace 10 años, pero, ¿cuántas personas son conscientes de esa variación? Quizá, si nos comparamos con alguna fotografía vieja… pero en la red no hay fotografías viejas. Todo es instantáneo y asimismo transitorio. Es un aquí y ahora perpetuo y, a la vez, volátil.

Facebook es una red social relativamente nueva que nace con un objetivo específico: “mapear todas las conexiones sociales que existen en el mundo y ofrecer aplicaciones para que la gente ejecute esas conexiones online a través de Facebook”, según su propio creador. Ha crecido en un modo exponencial, es cierto, pero sus usuarios parecen refractarios a tomar conciencia de los cambios que el uso de toda nueva tecnología inevitablemente produce. De algún modo tienen razón: A los más jóvenes, Facebook no les ha cambiado la vida, porque la vida ya les ha cambiado antes de Facebook. A lo sumo, perciben que han canjeado el uso del Messenger por el de la red social para comunicarse, pero nada que los introdujera en una lógica distinta. A los más viejos, tampoco, porque naturalmente oponen resistencia, o bien a cambiar o bien a reconocer que se han producido cambios.

Hemos desdoblado las encuestas en usuarios de hasta 30 años por un lado, y de más de 30 años por el otro. No es arbitrario: el uso de la computadora personal se hace común en la década del 80, de modo que quienes tienen menos de 30 años, prácticamente han crecido con una computadora ya integrada en el hogar. Son ellos los que, según la expresión acuñada por Prensky, constituyen el grueso de los denominados “nativos digitales”. Asimismo, serán también ellos los que aceptarán con más espontaneidad los cambios que les propongan las nuevas tecnologías. Y ciertamente serán incapaces de percibir estos cambios, porque sus patrones de pensamiento se encuentran regidos por la lógica de lo instantáneo y lo fugaz (o de lo líquido, para expresarlo en términos de Bauman). Los cambios se suceden con tanta rapidez que no es posible llegar a procesarlos. La vorágine impide advertirlos.

En este mismo blog hay una nota referida a la gente adulta que se incorpora a Facebook, inmigrantes digitales, para continuar con la terminología de Prensky. Una usuaria tomada como ejemplo en el artículo, una señora de 71 años, afirma haber entrado en la red para saber qué hacían sus nietos. No sé hasta qué punto ella es consciente de que esta posibilidad de vigilar permanentemente a sus nietos a través de la red pudo haber modificado sus propios vínculos tradicionales con ellos, o hasta qué punto ella está dispuesta a reconocer estos cambios. El nieto por su parte confiesa: “Sé que en realidad ella está allí para espiarnos y no para que nosotros aprendamos sobre ella”.Y, por supuesto, lo acepta sin cuestionamientos. Este caso es más representativo que excepcional. Doy dos ejemplos cosechados de la gente que respondió a nuestro cuestionario: El primero, una mujer joven que descubrió la fotografía de su esposo (hoy ex esposo) junto a su amante (hoy nueva pareja), exhibida en Facebook. El segundo, otra joven que tuvo que viajar a un pueblo del interior del país y se encontró con que allí no había Internet, y que me confesó después, entre incrédula e indignada, haberse encontrado perdida y no entender cómo podían vivir tan atrasados. Ambas, sin embargo, habían respondido con un lacónico “NADA” a las preguntas que hacían alusión a las vicisitudes operadas en sus hábitos desde su adscripción a la red. Ninguna pudo percibir cambios porque los cambios ya se habían sucedido. Encontrar la foto del marido y su amante en Facebook o contactarse con el otro a través de un simple clic en el momento en que opera el deseo, parece formar parte ya de una lógica de la que es imposible regresar.

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